Imaginar el mundo de la infancia sin el juego es casi imposible. Las primeras interacciones
corporales con el bebé están impregnadas del espíritu lúdico: las cosquillas, los
balanceos, esos juegos de crianza de los que habla Camels (2010): “Los juegos de crianza
dan nacimiento a lo que denominó juego corporal [...] nombrarlos como juegos corporales
remite a la presencia del cuerpo y sus manifestaciones. Implica esencialmente
tomar y poner el cuerpo como objeto y motor del jugar” (p. 1).
Estos juegos corporales iniciales que se despliegan en la interacción entre la niña, el niño, su maestra, maestro y agente educativo contienen toda la riqueza lúdica del arrullo, el vaivén y el ocultamiento, que son la base de la confianza, la seguridad y la identidad del sujeto. Los contactos lúdicos iniciales cuerpo a cuerpo van distanciándose y se empieza a ver a niñas y niños empleando su cuerpo de manera más activa e independiente, en saltos, deslizamientos, lanzamientos, carreras, persecuciones y acciones más estructuradas que conforman juegos y rondas.
El juego, entonces, hace parte vital de las relaciones con el mundo de las personas y el mundo exterior, con los objetos y el espacio. En las interacciones repetitivas y placenteras con los objetos, la niña y el niño descubren sus habilidades corporales y las características de las cosas.
El momento de juego es un periodo privilegiado para descubrir, crear e imaginar. Para Winnicott (1982), “el juego es una experiencia siempre creadora, y es una experiencia en el continuo espacio-tiempo. Una forma básica de vida” (p. 75). En este sentido, se constituye en un nicho donde, sin las restricciones de la vida corriente, se puede dar plena libertad a la creación.
Estos juegos corporales iniciales que se despliegan en la interacción entre la niña, el niño, su maestra, maestro y agente educativo contienen toda la riqueza lúdica del arrullo, el vaivén y el ocultamiento, que son la base de la confianza, la seguridad y la identidad del sujeto. Los contactos lúdicos iniciales cuerpo a cuerpo van distanciándose y se empieza a ver a niñas y niños empleando su cuerpo de manera más activa e independiente, en saltos, deslizamientos, lanzamientos, carreras, persecuciones y acciones más estructuradas que conforman juegos y rondas.
El juego, entonces, hace parte vital de las relaciones con el mundo de las personas y el mundo exterior, con los objetos y el espacio. En las interacciones repetitivas y placenteras con los objetos, la niña y el niño descubren sus habilidades corporales y las características de las cosas.
El momento de juego es un periodo privilegiado para descubrir, crear e imaginar. Para Winnicott (1982), “el juego es una experiencia siempre creadora, y es una experiencia en el continuo espacio-tiempo. Una forma básica de vida” (p. 75). En este sentido, se constituye en un nicho donde, sin las restricciones de la vida corriente, se puede dar plena libertad a la creación.
El juego brinda la posibilidad de movilizar estructuras de
pensamiento, al preguntarse “qué puedo hacer con este objeto”, y es a partir de ello que
los participantes desarrollan su capacidad de observar, de investigar, de asombrarse, de
resignificar los objetos y los ambientes y de crear estrategias. Todas estas posibilidades
que otorga el juego señalan su importancia en el desarrollo de las niñas y los niños,
y estos aspectos deben ser considerados por las maestras, los maestros y los agentes
educativos que construyen ambientes que provocan y son detonantes del juego en la
primera infancia.
El juego es una de las actividades rectoras de la infancia, junto con el arte, la literatura
y la exploración del medio ya que se trata de actividades que sustentan la acción pedagógica
en educación inicial y potencian el desarrollo integral de las niñas y los niños,
también deben estar presentes en acciones conjuntas con la familia a través de la valoración
e incorporación de su tradición lúdica, representada en juegos, juguetes y rondas.